Para hablar de migración hay que reconocerla como parte de la vida. La migración es una constante en la existencia de todo ser viviente y, de manera especial, en la de los seres humanos. Desde la concepción, el encuentro del óvulo y el espermatozoide grafica el inicio de una migración. La unión que da inicio a la vida de un nuevo ser, cuyo desarrollo se ve favorecido en el vientre materno hasta el momento del parto, en que abandona su primer cobijo acuático, representa una forma de migración. Como vemos, aquí empieza ese primer viaje que todo mortal realiza por naturaleza.

Esa primera experiencia de migración, que hace el bebé al deslizarse del ecosistema acuático al ecosistema terrestre, lo conocemos con el nombre de nacimiento. En consecuencia, el nacer ya nos convierte en migrantes porque mudamos de hábitat. Después, a lo largo de la vida de cada ser humano, la migración y el desplazamiento se dan por diversos ambientes y por distintas circunstancias. Según sus motivos, los conocemos como migración o desplazamiento voluntario y, a su contraparte, como migración obligada.

Claro está que quienes ejercen este derecho humano, el de desplazarse o transitar, no siempre tienen la misma motivación. Los que se mueven de manera libre o voluntaria, ya sean por razones personales, familiares, laborales o de estudios, suelen hacerlo por elección; mientras que quienes se desplazan por necesidad u obligación tienen un componente básico: Salvaguardar sus vidas y prevenir riesgos y sufrimientos personales o familiares. Para ambos casos, sean de origen netamente humano o por problemas sociales o ambientales, lo que se debe privilegiar es la dignidad humana y la seguridad como derechos universales de cada persona.

Ponernos en el lugar de aquellos que tienen que migrar para salvaguardar su vida nos torna empáticos, por eso creo que es importante sensibilizar sobre el tema. Además, si la vida es el máximo valor y en nombre de ella hay que moverse en la dirección que corresponda, ¿por qué ser ajenos a comprender y defender este derecho de quienes lo ejercen?

Si miramos nuestra primera experiencia migratoria, en la que dejamos el hábitat acuático para pasar al terrestre, ni siquiera nos plantearíamos permanecer allí por más maravilloso que sea, puesto que no es posible para la madre ni para el bebé. Entonces, el cambio también es algo necesario, dado que implica desarrollo y crecimiento.

Salir de un lugar, ya sea porque se cumplió un ciclo o porque no se puede permanecer allí, es reconocer que la vida está en constante movimiento, y moverse genera cambios en la vida. Cuán importante es saber reconocer que ya no se puede estar en un lugar, que hay que obedecer al instinto de supervivencia y poner a buen recaudo la vida. Esta es una responsabilidad que le toca asumir a cada individuo. Y del otro lado del escenario, es conveniente cooperar y tender una mano al migrante o desplazado, ser solidario y sobre todo empático con las circunstancias que motivaron su viaje.

Cuando aceptemos que la vida y la naturaleza nos regalan a cada instante la oportunidad de aprender, y que el movernos a sus ritmos nos conecta con la sabiduría universal, entonces seremos capaces de ver a la migración forzada como un ciclón que trae consigo un sinnúmero de adversidades, pero también inimaginables oportunidades de cambio y crecimiento para ambos escenarios.

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